Un libro podría ser visto como una herramienta para apostar, y su texto se convertiría en una lotería. Según los relatos de Giacomo Casanova en las casas de París, los estafadores ganaban hábilmente a las damas ofreciéndoles libros de 1.200 páginas, de las cuales 200 eran ganadoras. Un hombre hacía una apuesta y luego clavaba una aguja en un libro bien cerrado. Si el objeto punzante daba en una página de la suerte, la apuesta estaba ganada.
También en el siglo XVII se celebraba en los salones parisinos una lotería lingüística, en la que se ofrecían neologismos en los boletos. La palabra que llegaba a las manos tenía que ser introducida hábilmente en el léxico. Giacomo refinó constantemente las ideas de la lotería y calificó el entretenimiento como un impuesto sobre el dinero extra, que podría gastarse de formas aún peores.
La cábala inspiró la introducción de la lotería gramatical, sustituyendo los números por sílabas. Se cree que Casanova planeó mostrar este juego de azar al emperador austriaco. El captador seleccionó 1.300 sílabas que describen la base del léxico francés. Las 3.000 sílabas podrían describir la redacción de las lenguas más famosas del mundo.
Se pedía al jugador que nombrara una palabra con varias sílabas para que no se repitiera (gram-ma-ty-ca sería un buen ejemplo). Hay que decírselo a los organizadores y luego esperar que aparezca en algún sorteo en el rango del año. Un sorteo implicó el nombramiento de 9 docenas de sílabas. La probabilidad de ganar aquí es mucho mayor que en los juegos de azar estándar. El entretenimiento también motivó a la gente a aprender a escribir y leer, a mejorar sus conocimientos personales y a interpretar términos. Cualquier europeo podía participar, probando con las palabras de su lengua materna. La idea global del proyecto era unir a los pueblos.
Una concepción lingüística se convierte en un oráculo y una herramienta para un lenguaje universal. La lotería evolucionó hasta el siglo XX, cuando la cultura empezó a verse como un libro masivo o una biblioteca infinita. También promovió la experimentación en los campos de la filología y la literatura.
En 1923 se publicó un artículo de V. B. Shklovsky en el que se describía una máquina americana para la creación automática de secuencias cinematográficas. Se escribieron varios rollos de cinta con profesiones, países del mundo, edades de los personajes, acciones y otros parámetros. Mezclarlas significaba crear escenarios únicos.
Casanova soñaba con la formación de una lengua universal que fomentara el entendimiento mutuo entre todos los pueblos del mundo. Algunos sugirieron que esta tarea podría resolverse creando una gramática y un diccionario universales. Permitiría descifrar lenguas antiguas y descubrir nuevos significados. Una línea de trabajo alternativa fueron los cuestionarios propuestos a la emperatriz Catalina II por el académico Pallas. Fueron enviados a provincias locales y a países de diferentes continentes. Como resultado, Catalina II recibió muchos diccionarios raros y ordenó que se publicara una enciclopedia comparativa, mencionando los términos de todas las lenguas reconocidas. El enorme libro salió a la luz hacia 1788, pero no logró su objetivo utópico.
Casanova examinó y criticó con dureza los diccionarios de neologismos elaborados durante la Revolución Francesa, acariciando la idea del valor de una lengua común. La sugerencia más extravagante de Giacomo fue la mezcla de música y discurso. Seis vocales, pronunciadas en siete tonos, dan lugar a un alfabeto completo de 42 letras. La idea se originó cuando el amante ya había envejecido, por lo que no es descabellado suponer que el hombre simplemente quería hablar más claramente con su falta de dientes y la capacidad de pronunciar sólo sonidos vocálicos.
El legendario amante allanó el camino para muchos trabajos científicos y experimentos en lingüística con su percepción poco ortodoxa de la lotería. La gente lo recuerda no sólo por sus novelas, sino también por su deseo de organizar una comunicación cómoda para todos sin excepción.